Millenials: ¿la generación que más se ofende?

Sobre los millennials, la generación nacida apróximadamente -no hay un consenso perfecto y preciso- entre la década de 1980 y finales del siglo pasado, pesa una acusación que se repite cada vez con más frecuencia: es la generación más hipersensible e irritable de todas, sus miembros son emocionalmente frágiles y se ofenden por todo. La acusación también recae sobre la generación más joven que vino después, a la que a menudo se confunde como millennial, a pesar de que se trata de una cohorte distinta (los «centennials»).

¿Es justa la acusación?

Emprendamos un rápido paseo, para revisar con qué se ofendían y se siguen ofendiendo las generaciones previas. Recuerdo que cuando era chico (menos de 10 años) estaba en la vereda de mi casa, vi pasar al mismo tiempo a un chico que habrá tenido algunos pocos años más que yo, y a un señor canoso en edad de abuelo. El chico estaba andando en patineta, el señor muy enojado le reclamó por andar en ella, y le dijo algunas cosas un poco agresivas. ¿Por qué el señor se enojó con alguien por andar en patineta? ¿Cuál era el perjuicio? Tanto el otro nene como yo, nos quedamos sorprendidos ante un despliegue de indignación tan gratuita.

En diciembre del año pasado, otro señor se enojó conmigo hasta rabiar, porque compartí con él, sin ningún ánimo de ofender, el dato de que al final de la dictadura, la educación del paraguayo promedio no pasaba de quinto grado. Pasaron varios días y en plena cena familiar de Año Nuevo, me seguían llegando notificaciones de Facebook que mostraban sus ganas de buscar pelea. Y no se trataba de un stronista, al parecer tomó como una ofensa personal que se le señale que en su época de juventud, la escolaridad era mucho más baja que hoy, y se empeñó en sostener una guerra de insultos.

Los mayores de 60 años, todavía recuerdan la severidad de las pautas de comportamiento en Semana Santa, cuando eran niños. Durante la Semana Santa se debía mantener un silencio sepulcral. No se debía correr, saltar, escuchar radio, ni emitir ningún ruido medianamente fuerte. Hacerlo representaba una especie de insulto a Cristo, y merecía el enojo y reproche inmediatos de los mayores.

La represión de la sexualidad también era muy severa antes. El pudor de otros tiempos llegaba a extremos que hoy pueden ser motivo de risa. Por ejemplo, al hacer su aparición el bikini, provocó una indignación generalizada, llegando incluso a ser prohibido en varios países. Y la tolerancia a los desnudos, era muy baja hasta hace relativamente poco tiempo atrás. ¿Se imaginan una serie como Game of Thrones en los 90’s? Hoy una escena de sexo o un par de tetas al aire no representan un escándalo mayor, pero hace 20 años nadie se habría animado a producir la serie. Si alguien se animaba, ningún canal se atrevería a transmitirlo, y si se daba el milagro de ser producida y transmitida, no faltarían las campañas de boicot, los escraches y probablemente también acciones judiciales.

La irritabilidad del público televisivo, no se asociaba exclusivamente a contenidos de carácter sexual. Siendo un estudiante de primaria en los 90’s, era para mí una escena común que durante la formación en el patio, recibamos largos discursos advirtiéndonos que no veamos Los Simpsons, ni tampoco Videomatch.

Las groserías también podían alterar al público con facilidad. Hoy puedo escribir y escribiré aquí puta, puto, pene y mierda carajo. Habrá gente a la que le agradará este vocabulario y otra a la que le resultará de mal gusto, pero ningún escándalo importante surgirá a partir de la publicación de la línea anterior, y dudo mucho que alguien que suele leer mis escritos, deje de hacerlo de aquí en adelante, solo porque decidí usar esas palabras. Los más jóvenes se escandalizan con más dificultad ante cosas como esta, pero a generaciones más viejas les perturbaban tanto, que las censuraban y les imponían un alto coste social. Y muchas de las «groserías» ni siquiera eran tal cosa. A comienzos de los 50’s,  la actriz Lucille Ball, protagonista de la famosa serie «I Love Lucy», quedó embarazada y generó un problema, ya que los ejecutivos de la cadena CBS consideraron que la palabra «embarazada», era muy escandalosa, y se pasaron toda una temporada haciendo piruetas con sinónimos supuestamente más elegantes (como encinta), para no decir la palabra maldita en televisión.

Un divorcio, para mi generación no es una situación ideal, pero se respeta como una decisión personal de otras personas, decisión en la cual no nos compete entrometernos. Para las generaciones que nos precedieron esto no era así. El divorcio era un tabú, un suicidio social, algo que ofendía a los demás y los empujaba a discriminar a las parejas separadas. Incluso hasta un tiempo tan reciente como la década de 1990, era todavía un tanto común, que en los colegios religiosos se expulse a los hijos de padres divorciados. Ni al millennial más leche hervida se le ocurriría castigar con expulsión escolar a los niños, por la terrible «ofensa» de que sus padres se separen.

Hace no mucho tiempo, en medio de la controversia sobre el Servicio Militar Obligatorio, se pudo observar a un joven cubriéndose del sol con un paraguas, mientras hacía fila para hacer los trámites de objeción de conciencia. Explotaron las burlas y ataques hacia el joven. Aquí diferentes generaciones mezclaron sus actitudes, pero mientras más edad tenían los que participaban en la discusión, más probable era que insulten a esa persona, mientras más jóvenes, mayor la probabilidad de que lo defiendan. Lo único que da respaldo a esos ataques, es el poder de la costumbre, pero removida la venda cegadora de la costumbre, queda en evidencia lo absurdo que es alterarse porque alguien usa sombrilla para cubrirse del sol. ¿Por qué te molesta que alguien use sombrilla? ¿Te perjudica de alguna manera? ¿Hay algo de digno o inteligente en insolarse y aumentar las probabilidades de tener cáncer de piel?

Si uno va un poco más atrás y revisa los casos judiciales de tiempos de Carlos Antonio López, se encontrará con que eran comunes los homicidios por riñas que tenían un origen absurdo. Una burla o una mala palabra, fácilmente podía terminar en una pelea con cuchillos. Y esto no fue algo exclusivamente paraguayo. En el viejo oeste estadounidense, entre la nobleza europea de hace algunos siglos que aceptaba como normal retarse a duelo, y en muchos otros lugares y momentos, se tenía el factor común de que cualquier intercambio de palabras que hoy parecería simpático, a menudo terminaba en una explosión de furia que desembocaba en un combate mortal.

Abundan los ejemplos sobre cosas que provocaron mucha indignación en otras generaciones, y poca o ninguna en las más nuevas. En los países con tensiones raciales, como Estados Unidos, era común que la unión de parejas interraciales provocara enojo y desagrado. En esos mismos países la mayoría de los millennials no se ofenden por ello. En las generaciones más viejas provocaba molestias (y en alguna medida sigue provocando) el uso de tatuajes, piercings y pelo largo (en los varones), y para los millennials es una cuestión estética que puede gustar o no, pero casi nunca provoca indignación.

¿Cuál fue la generación emocionalmente madura, que puede reclamar a las más recientes su supuesta incontinencia de indignación? ¿Fue acaso la que se enojaba con niños por jugar en Semana Santa? ¿La que prohibió el bikini? ¿Las que se mataban por sonseras? ¿La que vomitaba su indignación contra los divorciados? ¿La que se ofendía porque las mujeres usaban pantalón, un varón tenía cabello largo, o porque alguien tenía un tatuaje o patineta? ¿La que se escandalizaba endiabladamente por una escena con desnudos o groserías?

Los jóvenes de hoy no tienen el monopolio de la indignación, ni son los que más se ofenden. ¿Entonces por qué su indignación les hace ganar una reputación de antipáticos que se ofenden todo el tiempo por cualquier cosa? Parte de ello tiene que ver con la visibilidad de su indignación.

Hace 20 años, la mayoría de la gente discutía solamente en la mesa familiar y en una ronda de amigos. Si surgía algún desacuerdo, probablemente se expresaba de manera amistosa, y si en el fragor de la discusión surgían insultos, quedaba allí y nadie más se enteraba. Hoy las discusiones se han ampliado con internet y las redes sociales, de tal manera que las discusiones que antes se daban cara a cara y en privado con amigos y familiares, ahora se dan públicamente, todos los días entre millones de desconocidos. Es mucho más fácil que haya insultos y discusiones poco cordiales entre desconocidos que no se ven frente a frente, y una vez que estos insultos aparecen, quedan a la vista de cualquiera que pase frente al comentario. Esto ayuda a dar la falsa sensación de que hoy todo el mundo se enoja todo el tiempo, por cualquier cosa; pero si la gente tenía redes sociales hace 40 años, probablemente se habrían repartido insultos, discutiendo sobre si el rock era o no satánico y decadente.

A esto se suma que la indignación juvenil tiene botones de activación nuevos, a los cuales otras generaciones aún no se han acostumbrado. Las personas mayores están habituadas a que alguien se burle de un varón que usa sombrilla bajo el sol, o que le moleste que las mujeres se vistan de cierta manera, por lo tanto esas indignaciones le resultan normales y aceptables. Pero no están acostumbradas a que alguien se enoje porque escuchó o leyó un comentario homofóbico, ya que durante la mayor parte de sus vidas, la burla y la hostilidad hacia gays y lesbianas fue algo perfectamente normal. Por lo tanto, cuando alguien se queja y trata a otro internauta de homofóbico, su reacción le resulta extraña y exagerada. Lo mismo aplica al racismo, la xenofobia, el machismo, el usar «indio» como insulto, y una serie de situaciones que antes se toleraban y hoy generan críticas.

Que una generación tenga quejas nuevas a las cuales la generación anterior no está acostumbrada, no quiere decir que la generación nueva sea particularmente irritable o que tenga una especial capacidad para ofenderse. Que durante milenios hayan existido esclavos, hasta que aparecieron generaciones en las cuales la esclavitud provocó una indignación que no existía antes, no quiere decir que las primeras generaciones en las cuales el abolicionismo cobró popularidad «se ofendían por cualquier cosa».

Esto no quiere decir que no existan millennials que deberían bajarle un cambio a su irritabilidad y al hábito de juzgar con vehemencia al primero que le manifiesta una opinión diferente, por supuesto que tales jóvenes existen, toda generación tiene todo tipo de personas con un amplio rango de actitudes diferentes. Pero en general, la indignación de los jóvenes no es más intensa, ni exagerada o más fácil, que la de quienes nacieron antes.

Es solo diferente.