El Mariscal visto por sus contemporáneos

El ex Presidente y Mariscal Francisco Solano López, a pesar de contar con una importante cantidad de detractores y de un número aún mayor de personas que saben poco o nada sobre él, sin dudas ocupa un lugar privilegiado en la opinión pública, siendo considerado por el Estado paraguayo como máximo héroe del Paraguay. Consideración compartida por gran parte de la población paraguaya.

Visto como mártir y defensor de la república ante la invasión de los ejércitos combinados de Argentina, Brasil y Uruguay en la Guerra de la Triple Alianza, y como máximo exponente de la nacionalidad paraguaya, hoy sus presuntos restos (no existe plena confirmación de que sean suyos) ocupan el centro del Panteón Nacional de los Héroes. Avenidas, calles, escuelas y plazas a lo largo y ancho del país llevan su nombre, y no es una mera coincidencia que el Día de los Héroes, feriado nacional, coincida con el aniversario de su muerte en Cerro Corá. Así son las cosas hoy, ¿pero fue siempre así? ¿Ha sido esta la imagen que han tenido de Francisco Solano López quienes vivieron en su época? Esta es la pregunta que exploraremos a continuación.

Las encuestas, el mejor instrumento para medir la popularidad de una figura pública o de una opinión, no existieron en esos años. Pero aún así contamos con varios elementos a nuestra disposición, para tratar de esclarecer qué pensaban los paraguayos sobre el presidente que lideró al país durante la gran guerra. Uno de estos elementos son los testimonios dejados para la posteridad por quienes vivieron la guerra.

George Thompson, ingeniero que sirvió en el ejército paraguayo y llegó al grado de coronel durante el conflicto, escribió sus memorias sobre este terrible episodio histórico, y en ellas hace numerosos comentarios sobre López. En las páginas de su obra, si bien no tiene problema con asignarle a López ciertas cualidades, como una excelente oratoria y el conocimiento de varios idiomas, transmite una serie de opiniones muy desfavorables con respecto a él. Ya al inicio de su testimonio dice: «Aunque hablaré con el mayor horror y aversión del déspota [López], que ha sacrificado a sus conciudadanos con el sólo objeto de satisfacer su egoísmo y ambición personal, profeso a los paraguayos los sentimientos más amistosos…».

La calificación de déspota o tirano para Francisco Solano, tan utilizada por sus enemigos, son repetidas más de una vez por Thompson a lo largo de sus comentarios. También acusaba al presidente de abusar de su poder para aumentar su propia fortuna, de ser extremadamente desconfiado, cometer muchas injusticias y también numerosos errores militares, entre tantas otras críticas que hacen de este sobreviviente, uno de los principales críticos del Mariscal López.

Pero Thompson, si bien sirvió al Paraguay, hablaba guaraní, profesaba simpatía hacia los paraguayos, se casó con una paraguaya, e incluso tuvo hijos paraguayos y decidió quedarse en Paraguay, muriendo finalmente en el país, no era paraguayo, era inglés. Por lo tanto, su opinión de extranjero puede suscitar dudas con respecto a si su opinión podría tomarse como representativa de los paraguayos.

Revisemos entonces la opinión de paraguayos que vivieron la guerra. Un caso llamativo lo constituye el de Juan Bautista Delvalle. Delvalle fue uno de los jóvenes becados por el gobierno para estudiar en Europa, estudió en París. Estando allí abandonó sus estudios para regresar a Paraguay y sumarse a la defensa nacional. Ascendió rápidamente en el ejército y siguió al Mariscal en su retirada hacia el norte del país. Había quedado algo más atrás y tenía órdenes de López de sumarse a él en Cerro Corá.

El 25 de febrero de 1870, tan solo unos días antes del fin de la guerra, decide escribirle a López anunciándole que no iba a obedecer esa orden, le aseguraba que ni él ni sus hombres jamás se pondrían al servicio del enemigo, pero lo abandonarían a él. En la carta enviada a López, argumentan que la guerra ya no tiene sentido y que prolongarla solo serviría para provocar más muertes paraguayas, para «el duro aniquilamiento de nuestra nación, bajo el yugo de una voluntad arbitraria y caprichosa». La voluntad del presidente era «arbitraria y caprichosa» y no valía la pena seguirlo en su retirada hacia Cerro Corá, esa era la opinión Delvalle, y no era solamente la suya. También compartían esa postura los coroneles que lo acompañaban, Gabriel Sosa y José Romero. De hecho, todos sus hombres estuvieron de acuerdo, con la sola excepción de un sargento. Y en los últimos meses de retirada hacia el norte, si bien no le escribieron cartas al mariscal para explicarle sus razones, hubo una enorme cantidad de hombres que desertaron del ejército.

Pero Delvalle y sus compañeros, como mencionamos, no llegaron hasta Cerro Corá. Quienes si llegaron, ¿tendrían una opinión diferente? El Coronel Juan Crisóstomo Centurión fue el hombre que dirigió la breve última resistencia, ante el avance del ejército imperial del Brasil ese célebre 1° de marzo de 1870. Fue herido por una bala que le atravesó la boca y casi le arrancó la lengua por completo. Cayó prisionero, sobrevivió a la guerra y muchos años después escribiría las memorias más completas escritas por un veterano paraguayo de aquella guerra. En ellas, Centurión critica a López por una serie de decisiones que a su criterio consideraba fueron severos errores militares, y otras que significaron tremendas injusticias. Por ejemplo, al referirse al fusilamiento del Coronel Mongelós ordenado por López, aún sabiendo que era inocente de la conspiración descubierta (se lo condenó solo por no haber descubierto la conspiración), dice Centurión: «Fue un acto cruel y barbárico».

También reprocha a López la ruptura de las negociaciones de paz que se habían iniciado en 1867 con la mediación de un diplomático inglés. «No es, por cierto, el primer caso en la historia que el capricho y el orgullo de un mandatario absoluto, hayan sido causa de la destrucción de una nación», dijo este coronel paraguayo sobre el caso. También menciona un caso en el que se le preguntó al Mariscal López por qué no había promulgado una constitución para el país, habiendo éste dado la excusa de que otros países tenían constituciones que eran muy bellas en el papel pero que en la práctica no les servían a sus países. Centurión declaró: «es la excusa de todos los tiranos».

Otra queja expresada por Juan Crisóstomo Centurión tiene que ver con la venta de tierras públicas de gigantesca extensión a Madame Lynch (más de 200.000 km2,  equivalente a la mitad del actual territorio paraguayo), a un precio regalado. Centurión no solamente opinó sobre el tema, sino que después de la guerra, siendo Fiscal General del Estado, se opuso a que Madame Lynch recuperase esas tierras (Lynch y luego sus hijos las reclamarían durante décadas, nunca las recuperaron).

Centurión dijo mucho más sobre López, pero pasemos al testimonio de otro sobreviviente que también estuvo en Cerro Corá, Fidel Maíz. Maíz había sido uno de los sacerdotes más destacados del Paraguay de esos años, antes de la guerra había caído preso tras oponerse en 1862 a la elección del Presidente Mariscal -aunque en ese entonces todavía no era mariscal- como sucesor de su padre, Carlos Antonio López. Fue liberado tras la victoria de Curupayty, desde entonces se convirtió en colaborador del Mariscal. Fue uno de los fiscales que tuvieron parte en los famosos tribunales de San Fernando, donde cientos de personas fueron ejecutadas,  y le dedicaría halagos pomposos casi constantemente.

Pero apenas terminada la guerra, declararía varias veces a lo largo de los años que la conspiración que fue castigada en San Fernando ni siquiera existió, que fue asesinada gente inocente y que el rol que él mismo desempeñó en esos juicios fue contrario a su propia conciencia, y que participó obligado, solamente por temor a perder también él la vida en caso de negarse. Aquí algunas expresiones vertidas por el sacerdote Fidel Maíz sobre quien fuera el líder supremo paraguayo durante el conflicto:

  • «Déspota cruel»
  • «… aquel vampiro, después de haber chupado gota a gota la sangre que a torrentes hizo verter en esta tierra…»
  • «¡Maldición a su execrable memoria!»
  • «El General López inauguró su gobierno llenando los calabozos»
  • «… las crueldades de aquel hombre no necesitaba de ajena sugestión»

Sin embargo, debe tenerse presente que Fidel Maíz se mostró como un hombre bastante contradictorio, y dispuesto a modificar sus posturas dependiendo de las circunstancias. En una carta enviada en 1908 a Enrique Solano López, hijo de Francisco Solano López, le dijo: «Igual impresión me conmueve siempre, toda vez que recuerdo que el Mariscal supo cumplir su protesta de mantener firme en sus manos la bandera de la patria».

Ignacio Ibarra también formó parte de los restos del ejército paraguayo que había llegado hasta el lugar del último combate de la Guerra Grande. Fue uno de los últimos paraguayos en ver al Mariscal López con vida. Sobrevivió a la tragedia y fundó en la postguerra un periódico, «La Democracia», donde publicó el 1° de marzo de 1885, aniversario número 15 de Cerro Corá, un texto en el que relataba lo sucedido en el último día de la guerra.

«Quince años atrás, el 1° de marzo de 1870, tenía lugar el último hecho de armas que abrió la tumba al déspota y al mismo tiempo coincidía con la muerte del despotismo», escribió Ibarra. Haría también esta descripción de quien había sido su jefe años atrás: «… él ha sido un gran tirano, tirano cruel y bárbaro hasta la última acepción de la palabra, que no ha respetado nada, nada, absolutamente nada, ni los mismos vínculos de la familia».

Bernardino Caballero no estuvo en Cerro Corá cuando llegaron las tropas enemigas (había sido enviado por López más al norte para buscar ganado); pero sí estuvo en las filas del ejército durante toda la guerra, teniendo en ella una destacada actuación. Luego de la guerra, Caballero se rebelaría contra el gobierno, y lanzó a sus tropas un manifiesto en el que, entre otras cosas, trataba de tiranos al Dr. Francia, a Carlos Antonio López y a Francisco Solano López. A Francisco Solano no solo lo trataba de tirano, también le echaba toda la culpa por el desastre de la guerra. Ese manifiesto no solamente es interesante, por hablarnos de la postura de Caballero con respecto a Solano, es por sobre todo interesante por ser este un manifiesto que fue leído a sus tropas en medio de una revolución. Los manifiestos se lanzan para entusiasmar a los soldados, y si López gozaba de gran popularidad entre los sobrevivientes de la guerra, ¿tenía sentido tratar de entusiasmar a las tropas hablando mal de alguien a quien consideraban un héroe?

Siguiendo con Caballero, hay otro dato que se conserva mediante su testimonio. Según le dijo Caballero al Dr. Estanislao Zevallos, muchos años después de terminada la guerra, durante el transcurso de la misma, luego de que López mandáse a su propia madre a ser torturada, tuvo lugar con el General Roa este diálogo:

Roa: ¡Ahora sí que nos llevan todos los diablos, carajo!

Caballero: ¿Por qué?

Roa: ¿Qué no sabe lo que pasa, compañero?

Caballero: ¡Nada sé!

Roa: No embrome, amigo, ¿cómo no ha de saber?

Caballero: ¡Nada sé! [en realidad Caballero ya lo sabía, un sargento bajo sus órdenes fue testigo y le había pasado el chisme]

Roa: Pues López, este hijo de una gran puta, acaba de mandar a Aveiro que le tome declaración a la madre y le ha hecho dar cincuenta azotes. El que manda castigar a la madre es capaz de hacernos fusilar a todos.

Otro hecho que nos da una idea del ambiente de la época tuvo lugar en 1887, durante la fundación del Partido Colorado. En el acto de fundación, José Segundo Decoud, uno de los referentes más importantes del partido, pronunció un discurso en el cual manifestó:

«Estamos aquí congregados al cabo de diez y siete años de nuestra regeneración política tan penosamente alcanzada y en la que hubo de abatirse a un despotismo terrible». Decoud había dicho públicamente, frente a todos sus correligionarios, que el gobierno de López fue un «despotismo terrible», y que su caída representaba la «regeneración política» del país. Todos aplaudieron, nadie puso alguna objeción, y el partido gobernaría el país hasta 1904. Cuando se dio fin a la hegemonía colorada en 1904 y los liberales tomaron el poder, no tuvo relación alguna con la postura crítica de los colorados hacia López, es más, los liberales también mantenían una actitud similar con respecto a su imagen histórica.

Decoud, Thompson, Delvalle, Caballero, Centurión, Roa, Maíz, Ibarra, los fundadores de los partidos tradicionales y tantos otros, nos dan alguna idea de cómo se recordaba a López tras las primeras décadas luego de su muerte. Pero finalmente, uno de los puntos más sugestivos con relación a la posición de López en la visión del pueblo paraguayo que sobrevivió a la guerra, no reside en los comentarios de tal o cual veterano, sino en la tolerancia que se tuvo al título de traidor que se puso sobre Solano López durante muchísimos años.

En 1869 el gobierno paraguayo declara traidor a la patria a López y confisca todos sus bienes. Esto no es extraño ni tampoco refleja de por sí el ánimo del pueblo en general, pues ese era un gobierno títere impuesto por los vencedores de la guerra, y los ejércitos aliados estaban ocupando Asunción y otros puntos del país. Eso fue obra de los triple aliados, y habría sido sumamente difícil oponerse a alguna disposición de estos mientras sus tropas estaban en el país. Además, los gobiernos de turno tenían que tener cuidado de no molestar mucho a los países vecinos, pues era común que ante la menor molestia, los aliados apoyasen el derrocamiento de un presidente que dejaba de simpatizarles. Reivindicar la figura del máximo enemigo de la Triple Alianza, durante plena ocupación militar de sus fuerzas, claramente habría sido una provocación.

Pero los aliados se marcharon del país unos años después de finalizada la guerra. ¿Se aprovechó la ocasión para rehabilitar la figura del Mariscal López? No. ¿Cuándo se anula el decreto de 1869 que lo declaró traidor? ¡En 1936! Es decir, tuvieron que pasar nada más y nada menos que 67 años para que de ser considerado oficialmente un traidor, se elevara su figura a la categoría de héroe nacional. ¡67 años!

Si hoy en día, en la India el gobierno declarase traidor a la patria a Mahatma Gandhi, ¿cuánto tiempo podría mantenerse vigente ese decreto? Si en Estados Unidos se declarase traidor a la patria a Abraham Lincoln, o en Argentina se hiciese lo mismo con José de San Martín, ¿cuánto tiempo pasaría antes de que estas figuras volvieran a ser declaradas oficialmente como héroes nacionales? No parece poco razonable suponer que medidas como esas sean imposibles de sostener en esos países por mucho más que un par de días o como mucho un par de semanas, porque los pueblos de esos países, que tienen en altísima consideración y estima el recuerdo de esos hombres, a los que consideran héroes, no tolerarían semejante actitud de parte de sus gobiernos, mucho menos durante un larguísimo período de 67 años.

Si bien el Mariscal Francisco Solano López siempre tuvo su cuota de admiradores y detractores, y este tema aún presenta la posibilidad de ser explorado con mayor profundidad y detenimiento, los datos aquí repasados, junto con otros que no se agregan aquí para no extender demasiado una lectura que pretende ser breve, nos sugieren con fuerza que la figura más celebrada y reivindicada en el Día de los Héroes, no gozaba de mucha popularidad y admiración entre los miembros de la generación que sobrevivió a los horrores de la guerra, sino más bien lo contrario. La admiración pública y el tratamiento de héroe, sería un rasgo nacional que aparecería mucho después, en las generaciones que se empaparon en la más feroz de nuestras guerras mediante poemas, canciones y discursos patrióticos, y no mediante el torrente de sangre que emanó de ella.

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